sábado, 30 de mayo de 2009

Siútico 2

Siútico es, como ya habíamos anotado, un buen ejercicio de observación sociológica: a través de esta peculiar palabra, hace un recorrido histórico que devela los sutiles mecanismos de diferenciación social que, así como ocurre en la gran mayoría de los países latinoamericanos, marca el imaginario chileno.

Lo interesante del texto, mucho más que el significado que trasunta el término en cuestión, es que da cuenta del absurdo de una sociedad -ésta, la chilena, cualquiera- que muchas veces se piensa más de lo que es. Ese absurdo, en efecto, se transforma en ridículo cuando una sociedad-mezcla, nunca original o pura o primigenia, como punto de partida se revela aspiracionista respecto a una otra realidad a la que lleva en los genes (en este caso, europea, blanca, superior) y por tanto le da la espalda a sus orígenes indígena y mestizo.

Es interesante, luego, porque el autor se detiene a mostrar cómo dentro del inconsciente colectivo que esas aspiraciones van históricamente haciendo arraigar, se enquistan síntomas estructurales de un clasicismo desenfrenado e irrefrenable. Y lo hace –afortunadamente- a través de una ironización lúdica y lúcida. En este sentido, si bien Contardo a ratos se pierde en el excesivo detalle histórico, en la documentación precisa de múltiples anécdotas, en la repetición de temas elaborados y por elaborar, algunas descripciones son notables, alcanzando una tremenda mordacidad. Sobre todo destacan aquellos párrafos donde, más allá del periodista informado, prima el buen observador deslenguado. Y ello, en una sociedad amiga del eufemismo, en un país donde muchas veces se evita la confrontación directa y los dimes y diretes hacen más parte de los secretos a voces que otra cosa, donde nadie se hace cargo de sus propias palabras y quien lo hace posteriormente debe o salir a rectificar públicamente sus dichos o a retractarse o a pedir disculpas, es decir bastante!!!

Aunque a ratos es dolorosamente sarcástico e incisivo, el ejercicio de Contardo se agradece. Sensato en sus intenciones, Siútico es un libro ameno, entretenido, de ágil lectura. Del todo recomendable.

Y para no quedarnos con gusto a poco, otra pequeña muestra. Este extracto alude a cómo, lejos de los atributos de distinción tradicionales, la riqueza continúa ampliando las posibilidades de estatus, que se materializan en nuevas y diversas formas de marca social.

“La nueva riqueza chilena, que comenzó a notarse tras dos décadas de crecimiento económico sostenido, estrenó un naciente cosmopolitismo que serviría como herramienta de ascenso para un segmento de población pequeño pero ruidoso.

(…) Comenzaba la cultura del chileno ‘cosmo’, el chileno enterado y viajado, cuya primera avanzada estuvo en manos de retornados pero que con los años tomó vuelo propio. El chileno del sommelier, del restaurante ondero, de la comida thai, japonesa, italiana, del vertiginoso ascenso del valor de las siglas MBA y Ph.D. junto al nombre y la profesión, de preferencia economista. Un vistoso segmento de la población que se mostraba, en las nuevas revistas de papel cuché (…) La sociedad chilena experimentó de pronto un refinamiento acelerado, ya no mirando solamente las costumbres de la elite local, sino los hábitos del ciudadano del mundo. Un mundo más a la mano.

(…) Mientras el siútico de antaño se inventaba tradiciones sin posibilidad de roce internacional, el cosmosiútico de los dorados noventa tiene de su lado el mercado y la globalización, y se acerca a la definición básica del esnob universal asediado por la modernidad, la multiplicación de los objetos de lujo y de los símbolos de poder. Santiago como Nueva York, El Golf como Manhattan.

La buena vida y los viajes son dos elementos nuevos de acceso medianamente fácil para este tramo de ingreso en el umbral de la cumbre. Saber recibir, saber de vinos, de comida, de diseño, comenzó a ser una necesidad en expansión. Apareció entonces la cava y la conversación sobre el mejor merlot o los taninos, los restaurantes temáticos y las galerías de arte contemporáneo. El diseñador de vanguardia, el arquitecto de moda, la novela indicada, el perfume apropiado, al cantante más trendy y la banda más indie.

(…) Si la señora pituca cultiva el sentido del ‘dato’ –la pastelería barata, la costurera confiable, la empleada de lujo-, el neosiútico cosmopolita cultiva el sentido del dato foráneo, exclusivo: siempre destaca que no viaja en tur, que descubrió un rincón en Venecia, una esquina en Nueva York, un bed and breakfast en Londres, donde todo es distinto y por lo tanto mejor. Grita a los cuatro vientos que él es del mundo, más que de Chile, que su patria es la aduana y su bandera la tecnología. Porque el cosmosiútico es high tech, y, en oposición al siútico religioso de la Transición, es agnóstico, aunque puede que sea osho o simplemente vegetariano, que es casi una religión, solo que en lugar de Espíritu Santo se cree en la clorofila.

El chileno cosmo es muy de diseño, de tienda y tendencia, todo lo nuevo le mata. El ipod, el blackberry. No se trata solo de tener el artilugio tecnológico y usarlo como quien usa una plancha o un secador de pelo. Para el cosmosiútico la tecnología de punta tiene como valor agregado el estatus, por lo tanto se desvive por el gadget y por el nuevo modelo que ya tiene encargado. El encanto no está solo en tenerlo, sino en decir que se lo tiene, decirlo en inglés tecnocrático, que es como hablar un idioma distinto que le debe más a Bill Gates y Paris Hilton que a Shakespeare o Hemingway.

Latencia fálica o resabio lúdico infantil, lo cierto es que el chileno cosmosiútico es esclavo del artilugio: la pantalla plana, el pendrive, la camarita enana y poderosa. La idea de conexión y convergencia en este caso es fundamental (…) el cosmo tiene hambre de estar ‘al día’, para constatar que sabe lo que hay que saber y que está en sincronía con ese inmenso mundo allá afuera. Un esfuerzo constante que podríamos denominar ‘voluntad de update’. Lo nuevo, lo novedoso más allá de la moda, porque la moda misma es ya algo del pasado, demasiado masivo. Son almas que quieren marcar pauta, ser trendsetters, encarnar un estilo de vida imitable, acorde con la cuenta corriente abultada y con las nuevas ideas circulantes en el mundo civilizado. Porque todo lo que vale la pena sucede en Nueva York, Barcelona, Londres o Buenos Aires. Y ahora último en Shangai o Beijing. Allí se encuentran los hábitos de la nueva vida ‘urbana’…”.

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