lunes, 18 de mayo de 2009

Siútico... o la perplejidad ante la negada universalidad de la diferencia


En tiempos en que, en teoría, lo políticamente incorrecto está proscrito del orden cotidiano, Óscar Contardo, periodista chileno especializado en temas de cultura y sociedad, nos presenta un libro que, al modo de radiografía nacional, da cuenta de los escollos que suponen aún hoy las diferencias sociales –en verdad, del tipo que sean!

En este interesante fragmento que dejamos abierto a discusión, habla del color de la diferencia en el contexto de una cultura mestiza y a pesar de su aspiracionismo, alejada de la ‘gran civilización europea’. Pero cuidado! Que de tanto en tanto cuando escuchamos, por ejemplo, sobre el maltrato a personas sudamericanas en estas tierras (pensemos en la chica ecuatoriana golpeada brutalmente en los Ferrocarrils de la Generalitat), el abismo civizacional no parece ser tanto.


“La negrura, en el ámbito de la fantasía, pero solo en él, es mercancía apreciada. La negra (y el negro) tiene un sitial aventajado en las ambiciones de dormitorio, en la trastienda de alguna aventura simulada, en la fantasía recóndita y privada; pero nunca más allá de la conversación trasnochada de un grupo de amigos necesitados de validación en su desempaño sexual. Son ideas y asociaciones repletas de meandros, en donde lo exótico, lo ‘no blanco’, es deseable bajo ciertos estereotipos, como arábigo, polinésico y subsahariano negro de un lado como iconos de sexualidad, y lo andino, tupi guaraní, mapuche, de otro como rasgos que solo aparecen en televisión en forma de documentales del National Geographic. Claves y matices complejos que se van aprendiendo en paralelo al gateo. Esta educación que comienza desde la cuna establece determinados roles para lo exótico. La cama es uno de ellos. El salón, solo si el sujeto exótico está vestido de servicio. Se trata de una jerarquización europea, en donde la piel blanca está en el centro, y todo el resto de las variaciones cromáticas, en la periferia. El mundo civilizado, habitado por hombres y mujeres civilizados, es un mundo blanco. Lo curioso es que este orden de cosas no siempre se asienta en la realidad demográfica. Hay sociedades con poblaciones mayoritariamente blancas, y sociedades con poblaciones imaginariamente blancas. Chile es del segundo tipo. Chile se siente blanco, se siente rubio.


En el discurso cotidiano de los chilenos pareciera existir la idea de que el país se ubica en el centro de la civilización occidental, o quizás no tan en el centro, quizás un poco a la orilla, equilibrándose en el borde, pero definitivamente en la misma localización simbólica que un ciudadano del Medio Oeste estadounidense o un campesino bávaro, y muy lejano de un ciudadano mapuche o un cantinero mexicano. El chileno se siente tan mentalmente blanco como para designar el ser moreno como algo exótico, misterioso y salvaje. El chileno pretende que sus raíces son más cercanas al platinado de Greta y Marilyn que al sombrero frutal de Carmen Miranda y los bamboleos de Shakira. El buen tono no puede ser bananero, ni afro, ni aborigen, a menos que esté debidamente enmarcado como nota folclórica, etnográfica o arqueológica, como un disco de merengue, una cocinera extranjera o un huaco decorativo.


El encanto sexual de lo moreno, lo ‘étnico’, tiene la misma carga en Calama que en Estrasburgo, aunque, en rigor, para un europeo seamos tan étnicos como la más colorinche de las cacatúas brasileñas (…) El tono de la piel puede provocar deseo o curiosidad; ser pasaporte de entrada al salón o instrumento de humillación y rechazo. Para eso no es necesario un adoctrinamiento formal, ni suásticas en la familia. El aprendizaje de la discriminación cromática es gratuito, involuntario y atávico...”


CONTARDO, Óscar: Siútico. Arribismo, abajismo y vida social en Chile. Vergara Grupo Z; Santiago, Chile; 2008.

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